Elisa QUEREJETA, Aranzadi Zientzia Elkartea
“Independientemente de su calidad estética, cualquier imagen puede servir como testimonio histórico.”1
“[...] La “crítica de las fuentes” de la documentación escrita constituye desde hace bastante tiempo una parte fundamental de la formación de los historiadores. En comparación con ella, la crítica de los testimonios visuales sigue estando muy poco desarrollada, aunque el testimonio de las imágenes, como el de los textos, plantea problemas de contexto, de función, de retórica, de calidad del recuerdo (si data de poco o mucho después del acontecimiento), si se trata de un testimonio secundario, etc.”2
Estas dos citas han sido recogidas del libro “Visto y no visto” del historiador británico Peter Burke (Londres, 1937), donde el autor analiza el uso de las imágenes a lo largo de la historia como documento histórico, tratando de ponerlas al mismo nivel que las fuentes orales y escritas.
Y aunque ambos asertos tienen un carácter general que requiere muchas matizaciones, nos sirven para reivindicar el testimonio fotográfico como documento de valor histórico de primer orden, con lo que ello supone para el caso de los investigadores en el campo sobre todo de las ciencias sociales y humanísticas: su adecuado registro, catalogación, preservación y uso.
Como todos sabemos, la imagen fotográfica como soporte grabado por la luz y fijado por la química, aunque es conocida desde la antigüedad, nació en la sociedad europea del siglo XIX dentro del seno de las nuevas clases burguesas nacidas al albur de la revolución industrial.
Las primeras fotografías trataron de sustituir la costosa elaboración de los grabados realizados en la época con técnicas más lentas, o de los cuadros y miniaturas pintados al óleo de la clase burguesa del momento. Se trataba de acortar los tiempos de ejecución y producción del registro de la imagen, y toda clase de científicos, curiosos, artistas, investigadores, y “experimentadores” probaron fortuna con el nuevo medio.
El primer periodo de la fotografía, el de los pioneros, 1839-1871, es el que mayor número de técnicas fotográficas acumuló: daguerrotipo, ferrotipo, colodión húmedo, heliografía, cianotipia... etc., técnicas que por otra parte nunca han dejado de utilizarse hasta la fecha (aunque su uso ha sido minoritario y eminentemente artístico).
A partir de 1871 la invención del colodión seco por F. Scott Archer, permitió trabajar las placas de vidrio con mayor comodidad, y ya en 1888 Eastman inventó el rollo de película que sustituyó a la placa de cristal, momento a partir del cual se produjo el despegue definitivo de la imagen fotográfica que alcanzó una gran popularidad y pudo ser utilizada por todas las capas sociales.
En el caso del País Vasco, la fotografía llegó en la década de los años 1840-1850 vía Francia y Navarra, que es donde más desarrollo tuvo en esos momentos, y comenzó su expansión a partir de 1880-1890, una vez acabada la segunda guerra carlista, cuando se puso en marcha la rápida industrialización del país.
El siguiente periodo, 1890-1936, fue un periodo muy rico en imágenes fotográficas. San Sebastián se convirtió en la capital veraniega de la monarquía española y del juego, que atrajo tanto a la aristocracia madrileña como a la francesa, y Bilbao por su parte vivió un esplendor industrial sin precedentes. Ambas ciudades tiraron del resto del territorio, más claramente en el caso de Bizkaia.
Hace ya un tiempo que las distintas instituciones vienen atesorando fondos fotográficos, tratándolos de forma especializada con tratamientos informáticos y de almacenamiento actualizados, y aunque la imagen fotográfica como soporte documental tiene la posibilidad de ser contemplada desde diversos puntos de vista, al historiador le corresponde trabajarla con cierto rigor.
Lo más probable es que apoye su estudio en el método iconográfico de Panofsky, o en el método estructuralista, o en una mezcla de los dos en el caso de seguir las directrices del último postmodernismo. Pero sea como fuere, parece imprescindible intentar fijar los datos del documento primero, investigar autor, fecha del documento, y características del mismo, para luego hacer una primera interpretación según el contexto en el que se encuentre el documento.
Se trata de que el trabajo que se realice a partir de una imagen considerada como documento histórico ofrezca una serie de datos y consideraciones que enriquezcan al lector-espectador que se acerque a ella.
Con este propósito, y a modo de ejemplo, presentamos la siguiente imagen:
Fotografía perteneciente al fondo fotográfico STM. San Telmo Museoa. Donostia.
Se trata del retrato de una mujer negra sentada en sobre un pretil de cemento. Lleva los brazos cruzados sobre las piernas, y viste una especie de mandil y tocado en la cabeza. Está fumando tabaco en una pipa, y sonriendo a la cámara. Detrás de ella hay tres personas más de las que sólo apreciamos su tronco y piernas, no sus cabezas.
La fotografía lleva escrito en la parte inferior: “618. Old Mary. Kingston. Jamaica”. Es B/N en papel baritado de 10 x 15 cm sobre cartulina negra, y tiene marco blanco de 0,5 cm alrededor. La disposición de la imagen es vertical.
Esta imagen nos gusta porque vemos a una mujer de una cierta edad fumando en pipa, en una posición y actitud graciosa, juvenil, y enseguida empatizamos con ella, pero una vez que la miramos nos preguntamos qué hay detrás de esta imagen, cuál es su contexto, quién la sacó, dónde, porqué, etc.
Los datos de lo escrito sobre el papel fotográfico nos ponen sobre la primera pista: se trata de una foto que lleva el nº 618, por lo que pertenece a una serie. Su título “Old Mary”, nos indica que se trata de alguien señalado en la comunidad.
Lo que nos falta saber nos lo dice el contexto en el que apareció la fotografía. Y aquí es dónde el trabajo del historiador cumple una función que consideramos importante y no suficientemente valorada.
Esta imagen está dentro de un álbum de viajes de época de los años 20-30, época de entreguerras europea. En este caso en concreto se trata del álbum de viaje: “Reminiscenses of a holiday in the west indies”3, de un pasajero del transatlántico Laconia —imagen que aparece en la primera de las fotografías del álbum—, y que sabemos sirvió como buque mixto entre los años 1922-1939, tras lo cual fue destinado a buque de guerra y torpedeado y hundido en 1942 durante la segunda guerra mundial.
En ese periodo este barco llevó durante unos años a pasajeros europeos de ruta hacia el continente asiático por África, y hacia Sudamérica cruzando el Atlántico, como es el caso que nos ocupa, y entre sus servicios se encontraba el de sacar fotos a sus clientes, fotos que luego entregaba en un álbum personalizado. En él había fotos de ellos en la cubierta del barco realizando diversas actividades, y fotos “estándar” de los lugares que visitaban en el viaje (serie a la que pertenece esta imagen en concreto).
El dueño del álbum es F. U. nacido en Azpeitia en 1897, que viajó al cono sur, y en cuyo álbum hemos encontrado ésta imagen.
Así pues, esta imagen fotográfica que quizás nos hubiera pasado desapercibida, o hubiéramos usado para ilustrar los usos y costumbres de los pueblos indígenas o tal vez para alertar sobre los usos del tabaco en dichas poblaciones, se nos aparece de esta manera, como fuente documental para estudiar los viajes de una cierta clase social adinerada en la época de entreguerras en Gipuzkoa, con características similares a las del resto del continente europeo.
1 Burke, P: Visto y no visto. Crítica. 2005. Introducción.
2 Ibidem. Pág. 18.
3 Trabajo actualmente en proceso de elaboración.
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